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La nostalgia feliz. Estación y libro.

La nostalgia feliz. Le tomo prestado el título a Amélie Nothomb porque en su libro hace una reivindicación positiva de la nostalgia. Ser nostálgico no es ser triste.


"Cuando me descubrían allí, me preguntaban por la naturaleza de aquel llanto y yo respondía: es la nostalgia. Mucho más tarde descubrí que en Occidente la nostalgia está menospreciada, que la consideraban un valor tóxico del pasado. La crueldad del diagnóstico no me libró de experimentarla"


Mi nostalgia feliz está vinculada a esta estación de autobuses de Gijón. Yo vivía sobrevolándola, en un edificio casi pegado. Tan gris como la propia estación. Tan poco apetecible a primera vista.

El edificio era gris pero la casa era blanca. Desde la cama podías escuchar el estruendo de los altavoces anunciando los viajes a los pasajeros, las horas y los retrasos. Podías pasar el día viajando desde la cama y sentir el temblor de los autobuses en el cristal. Retumbar.

Terminé acostumbrándome tanto a aquel ruido que para mí ya era música. Había música en las puestas en marcha, en el movimiento sincronizado de los autobuses, en los reencuentros y las despedidas desde mi ventana. La estación no paraba ni de día ni de noche. Punto neurálgico, lugar de encuentro. "¿Dónde quedamos? "En la estación". Todo Gijón, alguna vez, habrá quedado con alguien en la estación de Alsa.


Un día salí corriendo del edificio gris (¡corre, corre!) y volví con un bebé en brazos. De pronto el estado lamentable del edificio y el ruido de la estación dejaron de ser música. "El bebé no duerme". "Es por el ruido". "Tenemos que irnos". "Este no es lugar para que un bebé duerma". "El edificio se cae a pedazos, los días de viento los cascotes caen al patio y un día habrá una desgracia. Y nadie quiere arreglarlo".

"Tenemos que irnos. El bebé no duerme".



Tardé mucho en acostumbrarme al silencio. Tardé tanto que cuando me despertaba hacía una prueba, chasqueaba la lengua o movía la mesita para asegurarme que no me había quedado sorda. Tal era el nuevo silencio. Añoré mucho mi estación pero con el tiempo experimentas esa nostalgia feliz que tan bien explica Amélie Nothomb: "lo que has vivido te deja una melodía en el interior del pecho".


Con el tiempo arreglaron el edificio y la estación. Y el bebé siguió sin dormir mucho tiempo. Años. No era el ruido, era la curiosidad. En el silencio aprendió a hacer cabañas en los árboles. Y fue feliz.



Gracias Nacho (@nachodcylanza en instragram) por haberme permitido usar tu preciosa fotografía de la estación. Así de gris y lluviosa es como yo la recuerdo. Mi nostalgia más feliz.


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