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Hygge. O enamorarte de Copenhague.

Había oído hablar del "hygge" danés. Es una expresión que no tiene traducción literal en español. Es un concepto, una forma de sentir la vida y componerla. Crear un ambiente cálido y rodearte de la gente con la que estás realmente a gusto. Supongo que la oscuridad del largo invierno ayuda a desarrollar ese "hygge" y poner atención en dedicar un rato a que sea el mejor momento del día.

Lo percibes nada más poner pie en suelo danés. Hay un silencio cómodo en Copenhague y mires donde mires (calles, edificios, locales...) te devuelven la imagen de un lugar en el que te apetece quedarte.


Kom, lad os hygge os!” quiere decir "Ven, vamos a disfrutar de nosotros mismos”.



Y vaya si lo hacen. Estadísticamente Dinamarca es el país más feliz del mundo y yo necesitaba respirar un poco de esa felicidad tras el invierno más largo.


Mi primer contacto con el "hygge" sucedió en un bar cualquiera, un sábado a las seis de la tarde. Al pasar delante de un bar creí ver que sus estanterías estaban llenas de libros. Tentación. Al acercarme comprobé que eran estanterías repletas de cientos y cientos de juegos de mesa y que la gente estaba dedicando su sábado tarde a JUGAR entre amigos. Del juego la charla, de la charla las risas. El ambiente era confortable y se respiraba calidez. Aquello, definitivamente, debía ser un ambiente hygge.

A los daneses les encantan los juegos de mesa. Si te quedas a jugar en un bar de Copenhague lamento decirte que lo más probable es que sólo aciertes a defenderte con las reglas ya conocidas del Scrabble, el danés no está hecho para todo el mundo. Al menos, no para mí.



¿Por qué hygge? ¿Por qué se sienten felices? ¿Por qué sonríen siempre (aunque les invadas con tu poca maña sus estructurados y ordenados carriles-bici)? ¿Por qué los niños no parecen sacados de un catálogo de Zara y parecen lo que son, niños?


La respuesta está en su educación. A qué y cómo dedican sus recursos y sus esfuerzos en materia educativa. Los niños daneses no aprenden a leer hasta los siete años. No quiere decir que no estén escolarizados. Lo están, y desde edades muy tempranas, pero dedican esos primeros años a aprender a relacionarse, a sonreír (se aprende), a desarrollar su creatividad y su autonomía en un ambiente que les sea amable y respetuoso con su crecimiento. Si en España a un/a maestro/a de educación infantil se le ocurre no enseñar a sus niños a leer antes de los cinco años, puede darse por perdido. La sociedad le recriminará qué ha hecho con su tiempo. El único estándar evaluable de aprendizaje parece ser que el niño sepa leer y escribir antes de los seis años.

En medio nos hemos comido al niño, créeme. La mayoría no están suficientemente maduros y lo que a los seis/siete años conseguirían en lo que dura un chasquido de dedos, se convierte muchas veces en una experiencia traumática para toda la familia.


En mis años como maestra de educación musical me he encontrado muchos profesionales que quieren cambiar las cosas y, de forma aislada, empiezan su pequeña revolución. Atados y bien atados a leyes educativas que fomentan la burocracia y el inmovilismo van encontrando la manera de compaginar "los papeles" con la educación infantil en la que creen. La sociedad también está cambiando y va aflojando esa presión inútil sobre la lecto-escritura tan temprana. Eso ayudará a fomentar, entre todos, otro tipo de educación que debemos trasladar a todas las etapas educativas. Si tenemos modelos tan cercanos que funcionan, ¿por qué no adoptarlos?


La reflexión sería mucho más larga y matizada. Dejo únicamente una pincelada de un debate cada vez más necesario y donde todos nos debemos una autocrítica constructiva.





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