Butterfly mornings
- queridajuliet
- 4 ene 2016
- 3 Min. de lectura
- Si te casas conmigo buscaré para ti la casa más bonita. Dejemos Madrid, que nos ahoga. Hay un paraíso en el norte al que me gustaría llevarte.
- No necesito casas bonitas. Sólo que me quieras.
- Yo te quiero. Te quiero tanto que sería capaz de poner puertas al campo.
Y el enamorado cumplió su palabra y mandó construir esta puerta.

En Asturias hay una verja que guarda una casa que guarda muchas historias. Ángel Pérez fue un indiano que volvió a su tierra asturiana, rico y con sombrero. En Castropol construyó una casa a finales del siglo XIX, la casona de Sestelo.
En la casa vivía un matrimonio que cuidaba el molino. Ricardo se había casado meses antes con Manuela, que era madre soltera y había dejado al niño de la vergüenza con sus padres. Ricardo quiso a Manuela pero con condiciones. Manuela lloraba mucho por el niño de ojos azules y le tejía ropita para que no pasara frío. Casi nunca le veía. Ese año, para Reyes, le había tejido un bonito jersey. Lo lavó y lo puso a secar sobre la lumbre de la cocina para que al día siguiente alguien se lo llevara al niño. Ella no podía. A Ricardo no le gustaba que viera a su hijo. No quería que se encariñara con él.
Cuando se levantó, temprano, el jersey estaba quemado. Era carbón, era miseria negra. Se arrodilló y gritó con la ropita en la mano pensando que el niño de ojos claros no tendría qué ponerse el día de Reyes, que iba a pensar que su madre no le quería.
Manuela tuvo más hijos y murió joven. El pequeño nunca se recuperó de una vida sin su madre. No sé si alguien, alguna vez, le contó esta historia.
En el año 1937 la casona se convirtió en orfanato. Los niños de la guerra habitaron la gran casa. En los pocos documentos escritos que se encuentran dicen que fueron felices. En diez años murieron dos niños. Todos dan esa cifra como ejemplo de lo buena que fue la casona para ellos, cómo les cuidó. El río Suarón recorre la finca, uno murió en el río y el otro cayó de un cerezo. De aquí se fue Benigno a Buenos Aires, huérfano y con la maleta cargada de lloros. Un día volvería a su tierra húmeda, haría fortuna, compraría la casona y la dedicaría a abrazar niños sin refugio. Benigno nunca volvió. Se casó en Buenos Aires y cuando sonaba una gaita siempre tenía lágrimas en los ojos. Se dio cuenta que volver era una quimera, que aquí no le esperaba nadie.
Toda su vida se sintió un poco solo.

No hace muchos años la casona fue una escuela taller. Aquí venía Andrés porque en casa le decían que estudiar no era lo suyo y concentraron todos sus esfuerzos económicos y de ambición en el hermano pequeño. Andrés sabía que él no era tonto, sólo diferente. Se machacó las manos, aprendió a cerrar la boca, a ser diligente, a no avergonzar. Fue (es) el más lúcido de una famillia que no supo quererle.

Y así la casona fue pasando de vida en vida, de historia en historia...

Hasta que el enamorado que la habitó en los últimos años mandó construir una verja que da acceso a la finca, inspirándose en una obra del gran Chema Madoz.
Caminas por el bosque y aparece la verja. La fotografías, te fotografías en ella, intentas leer la música y descifrarla. Dicen que el viento, al filtrarse entre las notas, silba la melodía.
Te recreas en su historia. Sabes que el piano de la casa está ahora en el hogar del jubilado en Vegadeo, que a sus actuales propietarios les apasiona el cine, que iba a ser un hotel pero les atrapó la crisis, que quieren aprovechar la corriente del río para dar luz.
¿Y la música? Estos días descubrí por fin qué suena. La puerta es una nostalgia del propietario, un guiño sentimental. La verja que abre la casona de Sestelo es la canción principal de "La balada de Cable Hogue", "Butterfly mornings".
Sonrío. Llevo casi un año detrás de este misterio.
Nota: la verja existe, existe la casa y el río. Fue propiedad de un indiano, orfanato durante la guerra civil, escuela taller, hotel en espera. Los personajes son los protagonistas de historias que oí contar a mis padres. No sucedieron en la casa, aunque sí cerca. Los nombres son inventados. Son parte de mis obsesiones infantiles.
Escribo esto para no olvidarles.
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