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La muerte del poeta

Esta semana quise decirte que

cuando una mujer, aún joven,

entra en la sala de oncología

todos miran con codicia su pelo.

¿Lo sabías?

La mujer atormentada se desliza en la silla,

saca el libro del bolso

y lee.

Días después tendrá que releer

porque nunca recuerda

esas páginas.

No recuerda qué lee en una sala iluminada

por las pieles brillantes de Tamoxifeno

ni cómo ha logrado respirar.

La atmósfera es densa,

las partículas de angustia podrían contarse

una a una,

si hubiera oscuridad y un solo

haz de luz saliera despedido de una persiana.

En esa sala no se lee

ni se respira.

La mujer no quiere volver.

Sueña que es inmune,

que se encienden las luces

y vuelven a funcionar los teléfonos.

Se pregunta si todos los que están allí

sentirán lo mismo.

Querría adelantarse con los pies descalzos

hasta la baldosa central y preguntar

si también ellos llenaron la casa de libros y gente,

si desde entonces buscan gusanos culpables en la comida,

si el corazón les duele cuando presionan sus cicatrices.

Porque a ella sí.

Claro que la de ella está muy cerca

de él.

Esta semana quise decirte que murió Marcos Ana,

el poeta resistente que escribió,

"mi pecado, es terrible, quise llenar de estrellas el corazón de un hombre",

que vi "Manchester by the sea",

la película del duelo,

y que quise salir del cine cuando Casey Affleck

pronunció "no puedo".

Fotografía de Oleg Oprisco


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